Fanatismo

lunes, 7 de enero de 2008

Los intolerantes no perdonan a quienes vivimos al otro lado de sus verdades. De sus verdades. Algunas pocas veces los sueños, casi siempre sus ambiciones, son los falsos dioses que erigen para la condena de todos los que renegamos de la idolatría. Puesto que todo integrista se tiene por universal, echa a volar sus dogmas mas allá del estrecho confín de su respectiva parroquia. Puesto que se jacta de indoblegable, los designios que le ha deparado la providencia cuentan con el aliado formidable de su reincidencia. Puesto que se piensa prometéico, su moralidad, su decencia, incluso su higiene personal, pueden posponerse so excusa de la redención final de la patria, del continente y aún de la humanidad completa. Si mata, no comete crimen, sino que envía ángeles para que se posen a la diestra de Dios Padre. Si roba, no se enriquece, sino que redistribuye mejor la riqueza. Si viola, si incendia, si engaña, será en nombre del cielo, de la revolución o del vellocino de oro, mientras discurre el tránsito hacia la salvación en la que sirve de guía. Jamás se han tenido noticias de un profeta que acepte que la nuez de su misión en este mundo, es la infelicidad, la pobreza, el desempleo, la contaminación ambiental, las hambrunas, las pestes o la extinción definitiva de quienes está supuesto a servir como redentor. Se sospecha de los bandoleros convictos de crímenes y rapacerías tenidas como ordinarias. Al final no dejan de ser hasta inofensivos. Ni al caco más desalmado, ni al forajido mas contumaz, podrían imputarse una ínfima parte, de las tragedias provocadas por los autonombrados salvadores a lo largo de la humanidad. Al contrario, los pocos intervalos lúcidos de ésta ultima, de progreso, de prosperidad, de bienestar, se le deben a las cortas temporadas de sequía de redentores. Prefiero marcar distancia de aquel que se proclama dispuesto a entregar su vida por una convicción. La promesa de morir por una idea, lleva en su interior, la coartada del crimen para mantenerla en alto. Los mayores perseguidores, se reclutan entre los mártires que al fin de cuentas, evadieron morir decapitados. No hay individuo más peligroso que el que se atribuye - con exageración, como corresponde a todo profeta - haber padecido por una creencia. Dime de que sufrimiento te jactas y te diré de cuantos garrotazos eres capaz de aniquilarme. En el momento en que comenzamos a despreciar la duda, surge el intransigente que todos llevamos dentro. La búsqueda de una verdad y la inconmovible convicción de haberla hallado, son los caminos que conducen, puñal en mano, a la firme resolución de sostenerla. Prefiero a un escéptico o un holgazán, que un apasionado de jornadas sin descanso, por la obsesión de transmitirnos la voz que le ha llegado del cielo.

NO CANTAR VICTORIA.
Derrotar a un fanático, no necesariamente se traduce en victoria. Siempre se corre el riesgo de parecernos al monstruo que combatimos. Le ocurrió a los bárbaros. Terminaron por asimilar la cultura romana, una vez que lograron doblegar a sus oponentes. El único que hay que cultivar, el único que vale la pena fortalecer, alentar, enseñar en las escuelas, es el fanatismo por no ser fanático. Aparte de la larva de odio, de criminalizar la disidencia humana, de reprimirla, de dividir la sociedad en la cual se agita, los profetas iluminados deberían ser procesados, por aburrirla, por obligarla a hablar y pensar en ellos como toda fuente de acontecimientos. Lo mismo a sus seguidores que a los calificados como apóstatas de la nueva fe. En mi hogar, he dispuesto de un horario cerrado, para renegar de los fanáticos de la comarca. Fuera de él, solo se puede charlar de literatura, música, filosofía, de deporte profesional, y hasta de telenovelas. De todo, menos de las tropelías de los iluminados aludidos en el presente artículo.

ARMAS DE LA BATALLA.
Es imposible derrotar al fanatismo, con fanatismo, como lo es también combatir la inmoralidad con la desvergüenza. Será siempre partícipe del bando triunfador, si se incurre en el error de solicitarle su auxilio para lograrlo. Es nutritivo reirse, burlarse un poco de la intolerancia ajena - y de la propia también. Respire lenta y profundamente. Suelte una buena carcajada ante la evidencia de tamaño ridículo. Repetir una y otra vez, hasta que se esté seguro de una buena oxigenación del cerebro. No es suficiente para proscribir el fanatismo. Pero por lo menos ayuda.
2004

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